Ya sé que me acusaréis de ser corporativista, pero la octava gran idea de la historia está relacionada con mi ámbito de investigación profesional: el capitalismo liberal o economía de mercado (aquello que algunos llaman el capitalismo salvaje, no nos olvidemos nunca lo de Salvaje). Gracias al sistema económico capitalista el hombre ha dejado de ser pobre y ha alcanzado un nivel de bienestar que en el siglo XVII parecía inimaginable. Dejadme copiar tres párrafos de mi libro favorito de economía (Economía Liberal para No Economistas y no Liberales) que describe una parte de ese progreso:
“Fijémonos, por ejemplo en esas personas a las que llamamos clase media de un país europeo típico. No es necesario que se trate de uno de los países más ricos del mundo, sino de uno normal, de un país como el nuestro. La familia media o típica de hoy en día puede hacer cosas que, en el siglo XVIII, sólo hacían los reyes franceses (antes de que les cortaran la cabeza, claro está). En aquellos tiempos, sólo los príncipes, la realeza y la nobleza podían comer tres veces al día, viajar en carruajes, escuchar sinfonías, visitar el extranjero, lavarse con jabón y perfumarse, cocinar con especias, tener más de un vestido y una muda, disfrutar de las pinturas de los clásicos, leer libros o tener una dieta saludable y variada. La familia media de esos tiempos vivía en régimen de subsistencia, trabajando de sol a sol, haciendo a menudo una única comida al día, sin poder disfrutar del ocio ni de las vacaciones, sin acceso a la cultura o a la ciencia y con el miedo a morir, junto con la mitad de la población, si el clima no era favorable.
Hoy en día las cosas son completamente distintas. La familia media que, por cierto, es una familia trabajadora, come tres veces al día, viaja en coche o en moto, dispone de un equipo de música, visita el extranjero durante sus vacaciones, tiene más de una veintena de especias en la despensa y el armario lleno de ropa, perfumes, jabones, champús y cosméticos, puede visitar los museos donde se exponen las pinturas más importantes de la historia, tiene un centenar de libros en su casa y frecuenta los restaurantes italianos, japoneses, chinos, mexicanos, franceses y todo lo que se le pase por la cabeza. En otras palabras, la familia media puede hacer aquello que antes sólo hacían los reyes, los príncipes y los duques. Es más, se podría decir incluso que la familia media actual disfruta de unos niveles de bienestar superiores a los de los príncipes del siglo XVIII, ya que puede hacer y tener cosas que los reyes Luises ni tan siquiera hubiesen podido soñar: agua corriente en casa, lavabos que se llevan los restos con sólo tirar de la cadena, luz al apretar el interruptor, frigoríficos para guardar los alimentos, teléfonos para comunicarse al instante con cualquier punto del planeta, aspirinas para eliminar el dolor de cabeza, viajes en avión que permiten ir de un continente a otro en pocas horas, acceso a la ciencia, la cultura y las tecnologías de todas las sociedades del mundo, dientes sin caries, aparatos ópticos para ver mejor, la posibilidad de tener hijos sin que sea muy probable que se mueran al poco tiempo de nacer, televisores, ordenadores y juegos de vídeo, maquinillas de afeitar que no irritan la piel o incluso pastillas Viagra que perpetúan la alegría cuando la naturaleza ha dicho basta.
Un sistema económico que en cuestión de doscientos años ha conseguido que la familia media viva en unas condiciones que los reyes de antaño habrían calificado de lujosas y que ahora son de lo más normal es, sin lugar a dudas, un sistema prodigioso. Pues eso es, precisamente, lo que ha conseguido el sistema económico de libre mercado.”
Sí. Ya sé que los socialistas me dirán que las “clases trabajadoras” tienen bienestar gracias a los sindicatos. Eso es falso. En Malawi hay sindicatos y el progreso de los trabajadores ha sido nulo. El progreso lo consigue la economía capitalista y eso beneficia a trabajadores y no trabajadores.
Y sí. Ya sé que los críticos del sistema de economía liberal me dirán que todo este bienestar se ha conseguido gracias al progreso tecnológico y científico. Esos tienen razón… pero sólo en parte. La pregunta es: ¿y por qué el progreso científico y tecnológico se ha acelerado desde la introducción del sistema capitalista allá por 1760? La explicación es doble: primero, porque el sistema daba mayores incentivos al progreso tecnológico (el incentivo de ganarse una superior cuota de mercado) y segundo, porque el sistema genera tanta riqueza que permite dedicar muchos más recursos a la investigación y el desarrollo y a la innovación. Digo que los críticos tienen razón sólo en parte de porque ha habido sistemas que han generado progreso tecnológico pero no han sabido aumentar el nivel de vida de sus ciudadanos. Ejemplo: el sistema socialista de la Unión Soviética. Grandes científicos, matemáticos, físicos, médicos e ingenieros de todo tipo inventaron teoremas, cohetes espaciales, esteroides para los atletas y un sinfín de adelantos técnicos, pero el ciudadano medio de la Unión Soviética era pobre como una rata.
¿Cuál es el secreto del sistema capitalista? Pues yo lo resumiría en cuatro de las grandes ideas que ya aparecen en Adam Smith. La primera es la división del trabajo y el intercambio. La división del trabajo permite la especialización y la especialización genera milagrosos aumentos de productividad. Pensad en lo poco productivos que seríamos si cada uno de nosotros tuviéramos que fabricar nuestra propia comida, construir nuestra propia casa y nuestros propios electrodomésticos, garantizar nuestra propia salud a través de estudios en medicina y la defensa de nuestros propios derechos a través de estudios de derecho; pensad si tuviéramos que fabricar nuestros aviones, extraer nuestro propio petróleo o realizar nuestros propios programas de televisión. Lógicamente, sería imposible. O lo haríamos tan mal que seríamos sumamente pobres como éramos en la antigüedad. Para que la gente pueda especializarse, sin embargo, es importante que se puedan intercambiar los bienes producidos: tú sólo produces ropa y yo sólo produzco alimentos. Yo te compro ropa y tú me compras comida. Eso nos hace a los dos más productivos y, al final, tanto tú como yo tenemos más ropa y más alimentos de los que hubiéramos tenido si no nos hubiéramos especializado.
La segunda gran idea de Smith está relacionada con ese intercambio: “el intercambio voluntario de bienes beneficia a las dos partes”. Esta simple idea parece que no es bien entendida por la mayoría de analistas de tendencia socialista, que creen en el principio marxista de que el mercado es como juego de suma cero: para que yo gane, tú tienes que perder porque la economía es como si nos repartiéramos un pastel: cuanto más grande sea mi trozo más pequeño es el tuyo. Si el empresario gana en su relación con el trabajador es que el trabajador pierde. Si un país rico comercia con uno pobre y gana algo, es que el pobre pierde algo. Los ricos son ricos porque explotan a los pobres. ¡Falso! El mundo no es de suma cero. El mundo no es un pastel que tiene un tamaño dado. Si fuera así no habría crecimiento económico. En el mundo cada día hay más productos que se tienen que intercambiar (comercia). Cuando el comercio es voluntario, las dos partes salen ganando y la razón es bien simple: ninguna persona inteligente va a aceptar intercambiar algo a sabiendas de que le perjudica. Por lo tanto, si lo hace, es que le conviene.
La tercera idea de Adam Smith es la de la “la mano invisible”, una idea poco intuitiva en principio, pero que si la analizas bien, es una idea prodigiosa: en una economía de mercado, el hecho de que los individuos intentan egoístamente satisfacer sus propios intereses y sus propias necesidades acaba, paradójicamente, beneficiando al resto de la sociedad. Es como si hubiera una “mano invisible” que coordina los intereses individuales y los transforma en resultados socialmente positivos. Eso parece muy poco intuitivo, pero el propio Adam Smith lo explica con una frase genial: “It is not from the benevolence of the butcher, the brewer or the baker, that we expect our dinner, but from their regard to their own self interest. We address ourselves, not to their humanity but to their self-love, and never talk to them of our own necessities but of their advantages” (No es de la benevolencia del carnicero, el fabricante de cerveza o el panadero que nosotros debemos esperar tener la cena, sino de su propio interés). Es decir, Smith se pregunta: “ ¿por qué creen ustedes que la panadera se levanta a las 4 de la mañana y trabaja como una loca mientras todos dormimos y tiene el pan listo cuando nos levantemos? ¿Por solidaridad con los vecinos? ¿Por benevolencia? ¿Por qué se lo dicta el plan del gobierno? ¡No! ¡Porque quiere ganar dinero! ¡No hay nada más egoísta que sacarle el dinero a los vecinos a cambio de pan! Pero los vecinos lo aceptan a gusto porque así tienen pan recién salido del horno cada día cuando se levantan y ella está contenta porque la panadería le permite ganarse la vida. Es más, el egoísmo de la señora hace que (a) produzca todo el pan que se necesita y sólo el que se necesita (si produce menos del que puede vender, no gana tanto dinero y si produce demasiado, lo tiene que tirar a la basura) y (b) solamente se produzcan las cosas que interesan a los vecinos y que las “malas ideas” se acaben eliminando (si la señora tuviera la “brillante” idea de levantarse a las cuatro de la mañana para producir turrón -o algo que los vecinos no quieran comprar cada día cuando se levantan-, la señora no lo vendería, se arruinaría y sería expulsada del mercado. El mercado, pues, se encarga de producir lo que la gente quiere, en las cantidades que la gente quiere y sólo lo que la gente quiere. ¿Y qué hace la señora con el dinero que gana? Pues compra pollos al señor que se levanta cada día para criarlos. Y éste, a su vez, se gasta el dinero en la ropa que diseña, produce y vende la señora encargada de la moda. Y así, todos acaban produciendo algo que los demás desean y lo se lo venden a los vecinos. Todos y cada uno de ellos lo hace porque quiere ganarse la vida y no por su extrema generosidad. Un egoísmo que acaba asegurándose que en el pueblo existen todos los productos que los ciudadanos quieren comprar. Vemos que el egoísmo de cada uno de ellos, hace que al final todo el mundo sea feliz. Y todo ocurre sin necesidad de que nadie dé instrucciones a nadie. Ocurre, dice Adam Smith, como si una mano invisible guiara y coordinara las decisiones de todos para bien de toda la sociedad.
El cuarto principio señalado por Adam Smith es la competencia. Quien mantiene la disciplina de los productores y les obliga a vender lo que los consumidores quieren al precio más bajo es la posibilidad que tienen los consumidores de castigar a quien no lo hace bien a base de no comprar e ir a la empresa que lo haga mejor. Por lo tanto, para que el invento funcione es necesario que haya competencia.
Cuatro simples ideas que son la columna vertebral de la economía de mercado. Cuatro simples ideas que aparecen en el segundo de los tres mejores libros de toda la historia: “La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith.
Xavier Sala i Martín.
Fuente: http://www.facebook.com/note.php?note_id=169148886344&ref=nf
¿Cuál es el secreto del sistema capitalista? que no tiene en cuenta al planeta, ni a los casquetes polares ni a los linces ibéricos.
ResponderEliminarlo que nos lleva a la destrucción no es el sistema capitalista, es el miedo del hombre, su duda, la falta de un objetivo real como ser, lo ciego que está ante lo que es y lo que le rodea, somos un virus, y moriremos cuando el ser que infectamos, nuestro propio planeta, se defienda o muera con nosotros.
ResponderEliminarDemagogo, todo eso que hacemos como si fuéramos reyes que dices, será por el petróleo, y no por la economía liberal.
ResponderEliminarY actualízate, que nos quedan 15 años de petróleo a precio asequible, eso de ir tan sobrado de éxito y eso de gastar 10 calorías para producir una, y de depredar la tierra, puede tener un final muy abrupto y se acaba por suerte. Los métodos tradicionales de producción local son mucho más respetuosos con el medio, menos consumidores de energía e incluso más productivos.
El secreto del capitalismo no es otro que el que define a un psicópata, sin sentimientos ni ética, que sólo busca el más egoísta beneficio personal: dinero. Es esa magia cuando alguien pasa a dirigir una empresa, y lo que antes era persona ahora sabe lo que lo se espera de él, ya sólo importan los papelitos. Cada vez más gente renuncia a esa vida tan alejada de lo verdaderamente importante. Camino del fracaso. El S XIX y el S XX han pasado y la humanidad no sabe a donde se dirige, tan sólo queda un animal despojado de humanidad y un 'que sobreviva el más fuerte'.
Ante el cambio climático y la destrucción de los caladeros propios ahora se dedican a enviar factorías flotantes a Somalia y a comprar tierras de agricultura en África, a robar la soberanía alimentaria a los pobres. Valientes hijos de puta ¿quienes son los piratas?. La economía de mercado es incompatible con la vida, y con el planeta mismo.
El propio Xabier Salas se deja llevar por los mitos y no sabe bien ni él a qué se refería Adam Smith con lo de la 'mano invisible'. Sólo lo pronuncia una vez en el libro 'la riqueza de las naciones' y lo hace cuando habla de que los propios ciudadanos ingleses invertirían fuera del país el capital y eso debilitaría el poder de la nación, pero por suerte 'la mano invisible' les hace preferir invertir en su país. Así que el sentido es todo lo contrario, es precisamente una crítica al liberalismo!!!
ResponderEliminarPor cierto, tú que eres de Lugo lo entenderás:
Aqueles que van rápido cara a ningures,
pechan o paso, sen físgoa,
a quen queríamos chegar a modo a un destino.
Jorge Riechmann