Fuente: https://www.facebook.com/notes/xavier-sala-martin/crisis-24-incompetencia/10150185976676345
Se acaba de cumplir un año del rescate de Grecia. Es una euro-efemérides importante porque se trató del primer rescate de un país de la zona euro (después han venido Irlanda y Portugal y los mercados siguen sospechando que la próxima ficha del dominó financiero es España) y porqué… bien, pues porqué el rescate ha sido un clamoroso fracaso.
El problema es que las autoridades europeas diagnosticaron mal el problema de Grecia: pensaron que se trataba de un problema de liquidez temporal cuando en realidad se trataba de un caso de insolvencia. Me explico. A veces, las empresas o las familias no pueden pagar los intereses de sus deudas porque tienen pequeños problemas de tesorería: por ejemplo, durante el próximo mes de junio uno tiene que pagar 1000 euros y no los tiene disponibles porque no va a cobrar 5000 euros de unos clientes hasta el mes de julio. El problema de liquidez o tesorería se puede arreglar con un crédito temporal de 1000 que permita pagar lo que se debe en junio y que se puede devolver sin dificultad en julio.
Por el contrario, los problemas de insolvencia ocurren cuando uno se ha endeudado tanto que todas las propiedades que uno tiene valen menos de lo que uno debe. En este caso, incluso si la familia o la empresa vendiera todo lo que posee, no podría pagar las deudas. Cuando sucede eso, se dice que es insolvente o que la deuda es insostenible. Fíjense que en este caso un crédito adicional no soluciona nada. Al contrario, agrava todavía más las cosas dado que aumenta una deuda que ya de por si es impagable.
Existe la posibilidad de que un problema de liquidez se transforme en un problema de insolvencia terminal. Eso pasa, por ejemplo, cuando el crédito temporal que uno tiene que pedir para solucionar la falta de liquidez temporal tiene unas condiciones tan desfavorables (es decir, los tipos de interés son tan altos) que generan unas pérdidas que le obligan a endeudarse todavía más y hacer así una bola de nieve de créditos que acaban por ser insostenibles.
A los gobiernos les pasa algo parecido. A veces tienen problemas de liquidez (por ejemplo, cuando necesitan pagar las nóminas en junio y la recaudación fiscal no le va a llegar hasta julio) y a veces, tienen un problema de insolvencia (cuando su deuda es tan alta que nunca va a recaudar lo suficiente como para poder devolverla).
Pues bien, en 2010 las autoridades europeas diagnosticaron el problema de Grecia como un caso de falta de liquidez. Pensaron que esa falta de liquidez estaba poniendo tan nerviosos a los mercados, que éstos estaban prestando a Grecia a unos intereses tan altos que amenazaban con convertir su deuda en absolutamente insostenible. La solución que adoptaron fue la del “rescate”. Es decir, los gobiernos de Europa crearon un fondo de rescate con el que concedieron un crédito de 110.000 millones de euros a tipos de interés por debajo de los de mercado. Con ello pensaban que los mercados verían que Grecia tenía liquidez para pagar sus deudas a corto plazo. A cambio de ello, Grecia se comprometía a reducir su déficit fiscal a base de imponer recortes de gasto y aumentos de impuestos. Esas reformas habían de restablecer la confianza en la sostenibilidad de su deuda.
Ha pasado un año y hoy todo el mundo ve claramente que ese diagnóstico estaba equivocado: Grecia no tenía un problema de liquidez sino de insolvencia. La deuda griega es muchísimo más grande de lo que se nos había dicho (parece que el gobierno había maquillado las cuentas) y alcanza el 145% del PIB. Asimismo, el déficit es mucho mayor de lo que se había anunciado y llega al 10,5% del PIB. El problema viene de lejos. Grecia nunca debió ser admitida al euro ya que nunca cumplió los criterios de Maastricht. A pesar de ello, unas autoridades europeas ansiosas por ampliar la zona de influencia del euro y combatir así la hegemonía del dólar, hicieron la vista gorda y la colaron por la puerta de atrás. Eso, a su vez, permitió a los griegos pedir prestado en euros a tipos de interés parecidos a los alemanes. Al fin y al cabo, los políticos europeos (ufanos con su nueva moneda) se vanagloriaban de la seguridad que el euro daba a todos sus miembros, impidiendo que ninguno de ellos quebrara. Y claro, dejar que un malgastador compulsivo obtenga crédito a tipos de interés reducidos es como dejar a un niño en una fábrica de golosinas: los griegos se endeudaron y endeudaron hasta que su deuda fue insostenible.
No hay ninguna previsión razonable que indique que Grecia va a poder pagar su deuda en los plazos acordados. La deuda pública griega es, pues, insostenible por lo que un nuevo plan de rescate vuelva a prestar todavía más dinero no sólo no va arreglar nada sino que va a empeorar las cosas. Ha llegado el momento de hacer algo distinto. La pregunta es: ¿qué hacer? Pues mucho me temo que, por más que las autoridades monetarias (lideradas por el gobernador francés del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet) la única se opongan, la única alternativa es la reestructuración de la deuda. Es decir, hay que renegociar con los acreedores y decirles la deuda se va a renegociar. Se van a tener que alargar los plazos, se van a tener que rebajar los intereses y quizá se va a tener que recortar el principal. El problema es que los acreedores son principalmente unos bancos europeos que ya tienen suficientes problemas de morosidad.
Lo que pasa es que no hay alternativa: si no renegocian los términos de la deuda griega no van a cobrar nada. Los bancos y las cajas que se equivocaron al prestar dinero a unos gobiernos irresponsables deben pagar por sus errores. Ahora bien, tampoco estaría mal que los oficiales europeos que han encadenado toda la serie de errores que han llevado a la situación actual (desde la admisión de Grecia al euro cuando no cumplía los criterios de Maastricht hasta el diagnóstico equivocado del 2010, pasando por las garantías de rescate que permitieron a los griegos endeudarse más de la cuenta) también pagaran un precio por su incompetencia.
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